Cuando lea el título seguramente se echará a reír diciendo «este cabrón…«. Abel y su mujer Maite son dos personas que están por encima de calificativos (grande o chico), de disputas político-comerciales ni de guerras de mercados. Y no lo dicen ellos, lo dice un servidor. Son, por encima de todo, dos personas grandes, muy grandes, a quienes es un gustazo poder acercarse y todo un lujo dejar que te empapen de sus conocimientos. Es ahí, en las distancias cortas y en la seguridad de su bodega, cuando la timidez de Abel se toma un respiro y aflora el sentimiento de alguien que ama, conoce y cree profundamente en lo que hace.
Abel heredó de su padre y de su abuelo algo más que una viña, heredó una filosofía de vida. Heredó la impronta de un terreno y el entendimiento de palabras como ecosistema y equilibrio. El entendimiento, que no el conocimiento. Conocer, el que más y el que menos, conoce la palabra «ecosistema» de cuando lo dábamos en Ciencias Naturales en 1º de BUP. A todos nos suena. Otra cosa es entender lo que significa, lo que esconde. Entender sus necesidades y ser coherente con ello. Asumirlo con todas sus consecuencias y respetarlo.
Eso es lo que viene haciendo Abel desde que en 1988 se decidió a salir al mercado con su vino joven Jarrarte (otra vez un vino joven como punta de lanza). Un vino muy expresivo, de esos que no dejan indiferente a nadie, entienda o no de vinos. Un vino capaz de hacer disfrutar al más neófito. Abel entendía su viñedo y sus necesidades. Trabaja sus 16 Hectáreas con cultivo ecológico pero sin etiquetas, por puro sentido común. Y tiene que ser verdad porque hay pocos vinos en el mercado capaces de hablarte tanto y tan claro de lo que las viñas tienen a su alrededor. Cuando catábamos en la bodega las muestras de la barrica de su blanco de uva viura, me salió un «¿tienes tomillo en el viñedo?«, y me miró sonriente y satisfecho: «a mogollón». Era increíble como ese tomillo silvestre y caprichoso que se había instalado entre las cepas había sido capaz de aparecer en la copa que tenía en mi mano. Y más allá, era muy alentador ver como un trabajo sincero, honesto y responsable en el campo tenía de verdad su recompensa.
Abel elabora varios vinos blancos monovarietales fermentados en barrica de uva viura, garnacha blanca, torrontés y malvasía. Un vino tinto joven, Jarrarte y un crianza del mismo nombre. Después elabora su Selección Personal, que como su propio nombre indica, es una selección de lo que cada año estima Abel que es lo mejor de cada viñedo y sus Grano a Grano de Tempranillo y Graciano. Estos dos últimos vinos se elaboran literalmente grano a grano, seleccionando los racimos, despalillando y arrancando cada grano perfectamente sano con la mano. Es de este vino en su variedad de Tempranillo del que hablaremos hoy.
Bodega: Abel Mendoza Monge
Variedades: Tempranillo
Crianza: Francesa nueva, maloláctica en barrica. Sobre un año de crianza
Precio: 40-45 €
Alcohol: 13,5%
Maridaje: Comidas grasas
Temperatura de Servicio: 16-17 grados
La Cata
De color picota con capa alta, limpio y brillante.
En nariz es un vino con muchos matices y que se va desperezando según pasa el tiempo en la copa. Al principio muestra aromas de su estancia en la barrica, (tostados, café natural, cacao, madera de cedro, regaliz), para después ir abriendo el abanico hacia la fruta roja fresca y el montebajo (bosque mediterraneo: romero, tomillo, comino). El vino va cambiando durante más de una hora.
En boca tiene una entrada poderosa. Una acidez buena. No es un vino para refrescarse pero ni mucho menos es pesado. Es un vino que me pide una carne, de caza menor (conejo, perdiz) o de pluma (becada, torcaz). Si es carne roja, mejor solomillo que chuleta o entrecot. En el recuerdo que me deja el vino al tragar aparecen de nuevo los tostados.