Algunos lugares tienen el privilegio de ser especiales por su historia, sus paisajes o sus gentes. En el caso de Asturias su privilegio es ser especial por todas estas características, y además, porque se come de maravilla. Desde que aquellos movimientos tectónicos de hace millones de años forjaran un relieve único de montañas y valles, entre los que destacan los Picos de Europa, hasta nuestros días, Asturias ha sido un lugar afortunado. Sus playas, sus montañas e, incluso, sus pueblos son muy numerosos y especiales. Soy un enamorado de esta tierra y la última vez que visité Asturias tuve la suerte de descubrir algunos rincones con mucho encanto.
Uno de estos es el Palacio de Cutre que por su nombre podría parecernos algo muy distinto de lo que es en realidad. Es un palacio asturiano del siglo XVI con torre, capilla y muralla, hoy está rehabilitado y decorado con mucho gusto; el término Cutre es un topónimo que procede del siglo XVII y nada tiene que ver con el significado que esta palabra ha llegado a tener. Este palacio se encuentra cerca de Villamayor en una zona tan alejada del mundanal ruido que es capaz de hacerte viajar al pasado con tranquilidad y comodidad, a la vez que dispone de una gastronomía digna de un palacio. También es un sitio excepcional para iniciar una serie de visitas por la zona.
Desde aquí están cerca varios lugares con mucho encanto. Por ejemplo, en unos 20 minutos en coche se llega a uno de esos pueblos que uno nunca olvida: Espinaredo. Justo antes de entrar en Infiesto, viniendo desde Villamayor, hay un desvío a la izquierda que nos lleva allí. Se podría conocer como el pueblo de los hórreos y las paneras. ¡Está repleto! Espinaredo tiene la mayor concentración en Asturias de este tipo de construcciones, lo que le da una gran importancia etnográfica. Hay que recorrer el pueblo entero porque no es muy grande, meterse por sus calles y ver los hórreos, buscar rincones singulares e, incluso, hablar con los paisanos, porque son muy agradables; después hay que cruzar el río y subir un poquito para tener una panorámica desde lo alto y disfrutar con la vista… La panorámica del valle, el río y Espinaredo te deja fascinado. Luego podemos continuar por el mismo valle subiendo río arriba. Después de pasar el pueblo de Riofabar se llega hasta el Arboreto de Miera donde se puede encontrar un bosque de robles y castaños alrededor del río Infierno que salta entre piedras formando pozas, rápidos, cascadas… Aquí los sonidos del río, los aromas del bosque y los colores del río y sus árboles son únicos, sobre todo en otoño.
Para conocer aún más las tradiciones asturianas habría que visitar un pueblo cercano que se encuentra un poco más allá de Cangas de Onís, yendo desde Villamayor. Este pueblo es Sirviella que aparte de ser un pueblo típico y muy bien conservado cuenta con una ruta muy especial, La Ruta de Pepín, que se adentra en las tradiciones asturianas. En esta ruta se visita un llagar auténtico, con degustación de sidra hecha al estilo tradicional, se entra en una réplica de cabaña de las mayadas de las montañas y se ven las razas autóctonas de los animales domésticos que había en Asturias. Algunas de estas razas estaban en peligro de extinción por la introducción de nuevas especies más productivas, por tanto es una iniciativa muy importante para que no se pierda algo que sería imposible de recuperar. Después de este recorrido se termina con una comida tradicional en la que no faltan morcillas, quesos, tortillas y la tradicional sidrina. Muy cerca de Sirviella se encuentra el Santuario de la Virgen de Covadonga y los Picos de Europa a los que podemos acceder, fuera de los meses de verano, en nuestro propio vehículo y disfrutar de los miradores, los prados y bosques, los lagos, etc.
Un viaje a Asturias no es completo si no nos acercamos al mar Cantábrico y respiramos su viento con su aroma del norte y escuchamos sus olas romper. Yo elegiría Ribadesella y más concretamente la Ermita de la Virgen de Guía erigida sobre la desembocadura del río Sella, es un balcón natural perfecto para ver toda la desembocadura del río, el mar Cantábrico y el pueblo. En poco más de media hora podemos llegar desde Cangas de Onís hasta Ribadesella. Este pueblo hoy no supone ningún descubrimiento, los hombres del Paleolítico ya habitaban este mismo lugar y dejaron su arte en las paredes de la cueva de Tito Bustillo, una joya del arte rupestre que podemos visitar si lo reservamos, ya que las visitas están restringidas para el mantenimiento de la cueva. También junto a la de Tito Bustillo está la Cuevona, muy recomendable su visita porque cuenta con una gran sala muy espectacular abierta por la bóveda.
Los riosellanos tienen suerte de pertenecer a un pueblo precioso que está situado en un inmejorable paraje. Allí mismo desemboca el río Sella formando una gran ese que da lugar al asentamiento del pueblo, a su puerto y a la playa de Santa Marina, que en kilómetro y medio reune patrimonio, historia, turismo y gran belleza. Si disponemos de tiempo Ribadesella nos acogerá y nos tendrá bien entretenidos. Su casco antiguo tiene mucho encanto y se ven edificaciones, algunas blasonadas, con balcones en voladizo y galerías acristaladas. No hay que perderse la iglesia parroquial de Santa María Magdalena, este templo cuenta con unas pinturas únicas que son una alegoría pacifista. Los días de lluvia, aunque más molestos, son los mejores para disfrutar de una Ribadesella tan melancólica y solitaria como bella en la que los brillos de su piedra nos dejará recuerdos inolvidables.
Hablábamos del lejano pasado de Ribadesella sin mencionar los primeros pobladores de que se tiene constancia, los dinosaurios. Sí, ellos dejaron sus huellas en esta zona hace millones de años y ahora las podemos ver en Tereñes y junto a la playa de Santa Marina. Pero si queremos conocer la historia del lugar de una forma más original lo mejor es darse una vuelta por el Paseo de la Grúa para leer y escuchar la historia que Don Antonio Mingote ha dejado dibujada con su particular sentido del humor en unos paneles que resumen la historia riosellana.
El primer fin de semana de junio se celebran las Jornadas Gastronómicas del Mar, que son desde los primeros años 80 las pioneras de Asturias y en las que podemos encontrar el famoso pixín o rape, la merluza y los mariscos, entre otros manjares del mar Cantábrico, cocinados excelentemente.
Pocos lugares cuentan con una diversidad tan grande de paisajes, tradiciones, gastronomía e, incluso, historias y «prehistorias». Puedes pisar las huellas de un dinosaurio, brindar con sidra o remar río Sella abajo sin tener que ir muy lejos.
Gracias Asturias.