En un mundo cada vez más gris, monótono y sin matices, brilla con multitud de tonalidades Cantabria, la tierra de los colores. Cantabria posee el color en sus valles, en sus playas, en sus cuevas y en las aguas que riegan sus tierras. Un cántabro me dijo una vez que fuese allí a buscar colores. A por ellos fui. ¿Cuántos sería capaz de hallar?
Empecé recorriendo los Valles Pasiegos. El color verde es muy fácil de encontrar. Junto al Santuario de Nuestra Señora de Valvanuz, patrona de los pasiegos, está el Museo de las Amas de Cría. ¡Qué mujeres! Se exigía mucho para ser ama de cría. Las elegidas, que tenían unos 20 años, dejaban todo, incluso a su hijo recién nacido, para amamantar en las grandes ciudades a hijos de ricos y nobles. El color sepia de las fotos de aquellas mujeres contrastaba con el verde intenso de los prados que veía tras la ventana.
Salí a pasear por el monte, a sentir aquel verdor. Todavía quedaba en el ambiente algo de niebla, ese tamiz que cambia los colores, y hacía que esa selva pareciese más enigmática si cabe. Los robles y los avellanos creaban una penumbra misteriosa. Aquí los bosques aún conservan el encanto de la naturaleza, un encanto que te envuelve. La verdura en otoño se transforma en tonos ocres, amarillos y rojizos, dependiendo del arbusto o árbol que se mire y si está nublado o brilla el sol. Disfruté de los aromas del bosque, de su humedad, sus setas… En definitiva, de sus colores.
Después de caminar debía reponer fuerzas y alguien me habló de la Olla ferroviaria como plato exquisito para comer. En Pomaluengo encontré La Venta de Castañeda, un excelente restaurante en el que interpretan el arte del buen yantar. Los sabores de los manjares que allí tomé aún están en mi memoria. Es cierto, era comida de infinita calidad. La olla, el bacalao e, incluso los postres, también tenían unos colores preciosos.
Cantabria ofrece muchas oportunidades para hacer deporte y opté por tomar la vía verde que pasa por delante del restaurante y hacer un recorrido hasta la Cueva del Castillo. La vía recorre paisajes muy bonitos y tranquilos, que permiten disfrutar de la naturaleza y los pueblos. Cantabria tiene más de 6.500 cuevas de todo tipo. Unas cuantas tienen algún tipo de arte y nueve de ellas, por la calidad de sus pinturas rupestres, han sido recientemente incluídas en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
Aquellos humanos, lejanos en el tiempo pero iguales a nosotros, plasmaron su imaginación y su creatividad pintando de colores las pétreas paredes de sus templos o casas. Algunas de estas maravillas aprovechan el relieve o la forma de la roca para dar volumen o remarcar la silueta de la figura que representan. ¿Carácter votivo, propiciatorio o amor al arte? No se sabe. Lo que sí sabemos es que aquellos hombres fueron los primeros pobladores de Cantabria o al menos los primeros en dejar allí sus colores.
En esta tierra no hace falta recorrer mucho para hallar un buen lugar para descansar. Posiblemente en Villacarriedo esté el lugar más encantador de Cantabria para alojarse, el Palacio de Soñanes. Sus artísticas fachadas, la decoración interior y, sobre todo, su escalera posiblemente única en el mundo, hacen de este hotel un sitio inolvidable. Aquí nos invaden los colores marrones de sus fachadas y de la madera de su decoración.
Me desperté y todavía estaba oscuro el cielo. Quise verlo cambiar de tonalidad. El amanecer fue impresionante. Las nubes de tonos rosáceos y naranjas cambiaban a cada segundo su aspecto. Decidí bajarme al Cantábrico para ver su reflejo en el mar. Las nubes y claros daban un brillo especial en la bahía de Santander que se abría luminosa hacia el mar. En las playas o en los acantilados el mar sacudía con olas las orillas como queriendo despertar a la capital. De mar, de río, de lluvia, subterráneas o curativas… Cantabria suena a aguas.
Los balnearios de Cantabria son otra oportunidad para el ocio. El agua es tan importante aquí que hasta mejora la salud. El Balneario de Solares ofrece al visitante la posibilidad de comprar un poquito de salud o un poquito de placer, según se mire. Visitar balnearios es una manera ideal de relajarse, encontrar sensaciones placenteras y descansar después de una ajetreada jornada. Después de una sesión de balneario se sueña mejor.
Aún me quedaban varios colores por encontrar y seguí buscando. Encontré la oscuridad. Me sorprendió la ausencia de todo color y luz. Negro. Todo estaba absolutamente oscuro y silente. ¿Dónde me había metido? Era imposible ver ni oír nada. De repente la luz invadió el espacio y apareció una interminable gama de blancos deslumbrantes. Las formas eran indescriptibles. Jamás había visto nada semejante. El techo, las paredes y el suelo de aquel lugar estaban repletos de formas imposibles: estalactitas, helictitas, estalagmitas, figuras excéntricas… ¡Había miles o quizá millones! ¿Aquellas formaciones serían el decorado de alguna película fantástica? No, ni siquiera la imaginación puede inventar aquello. Eso creí hasta saber que estaba dentro de la Cueva de El Soplao. ¡Había buscado colores y en su ausencia había encontrado formas! Allí estaban todos y ninguno, el blanco y el negro.
El último día el cielo se encapotó. Se vistió de gris oscuro. El sol, que brillaba inclinado a través de unas plateadas gotas de lluvia, proyectó un arco de colores que puso uno de sus extremos en la tierra cántabra. Mientras despegaba pude ver desde el avión aquel arco iris; pero no pude comprobar si éste pintaba el suelo o se alimentaba de los colores de aquellas tierras.
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