Cata Imposible I: Los Blancos

Con Mucha Gula27/10/2008

Un grupo de enamorados del buen vino nos reunimos hace unas semanas en uno de los templos que aún hace creer que el Cielo enológico existe: La Cigaleña, en Santander, bajo una apariencia de mesón y museo del vino, y con la dirección de Andrés Conde como sommelier, esconde una de las mejores bodegas de nuestra tierra y seguramente de Europa.

Ya en la barra y esperando a los rezagados, se nota que algo ocurre cuando ves que como vino de chateo aparece un Riesling Trocken 2007 de la bodega Dönhoff. Atentos los neófitos en el Riesling, porque aunque esta  bodega nace en el siglo XVIII, actualmente está haciendo vinos que son referencia en casi toda su gama. Parece que además este año 2007 es uno de los buenos para la zona alta del rio Nahe. Trocken, como su nombre en alemán indica, es un vino seco, con nariz frutal sin rastro de los hidrocarburos característicos de la especie. Piña, albaricoque y graso en boca, con posgusto mineral que recuerda pizarra. Un clásico del Rhin  a buen precio.

Después de está agradable experiencia, Andrés nos sube al reservado de la primera planta y empezamos a charlar, dando ligeras indicaciones al sumiller sobre comida y bebida y dejándole que desarrolle su creatividad. Nada más acertado.

Empezamos en primer lugar con un Marqués de Murrieta Ygay Blanco de la añada de 1982. No es lo que se espera uno de un rioja blanco, y tiene claras notas oxidativas: color dorado viejo y aromas de oloroso. En boca se confirma la oxidación con notas ajerezadas predominando sobre cáscara de naranja confitada y un posgusto eterno. Pasado un tiempo aparecen notas de especias y sotobosque. En resumen, no es lo que yo pensaba encontrar en un blanco de este tipo, al que muchos comparan con los grandes borgoñas.

A continuación un Château Couhins Blanc de 1970.

Las uvas que intervinieron en esta obra, fueron las Sauvignon blanc y gris que son las que  se adaptan mejor al terruño de esta bodega en Graves, zona Pessac-Léognan – Burdeos. Sorprende a este español que escribe, educado en verdejos y viuras, el que un blanco de esa edad esté tan vivo. Aromas a cítricos, fruta blanca y un ligero toque a madera. Ya en boca, me  llama la atención la acidez perfectamente integrada con la untuosidad y con un ligero gusto a frutos secos tostados: almendras. Un vino que sin llegar a ser un grande en momento de embotellado, demuestra casi tres decenios después que lo es.

Un cambio de estilo total, nos lleva quizá al vino más impactante de todos los probados. Manteniéndose dentro de la gama de los blancos, aparece una mítica botella clavelin con una capsula de lacre amarillo brillante. Merece la pena pararse en el significado de esta botella. Ya que es la única existente y permitida con una capacidad  de 0,62 l. Este volumen es el que se considera que resta del original litro de vino que se metió en la barrica, después de su crianza.

En la  etiqueta un nombre mítico:

Château-Chalon Macle de 1986.

El color de la cápsula parece indicar que lo que hay dentro es un «Vin jaune» o vino amarillo procedente de las Côtes de Jura. Monovarietal de uva Sabagnin

Este vino se considera una rareza, ya que tiene crianza biológica. Esta consiste, como en las manzanillas y amontillados, en su crianza bajo velo en flor. El velo –fina capa superficial formada por las levaduras- protege al vino del contacto con el aire y su consecuente oxidación.

Jean Macle es un pequeño productor con únicamente doce hectáreas de viñedo en terrazas que tiene una forma de hacer que marca este producto único.

Hay tantas cosas en él, que me siento incapaz de describirlas todas con una única cata: nueces, avellanas, sotobosque, especias que se asocian claramente con curry, manzana… Y decenas de cosas más.

Ataque en boca amplio, glicérico, salinidad que recuerda a las manzanillas, albaricoque seco, elegancia y un final interminable.

Una experiencia por la que todo aficionado debería pasar.