Los tintos, abiertos desde el comienzo del evento, esperaban, unos en sus botellas, aún sin darse cuenta que su largo retiro había sido violado y los otros abruptamente despertados sobre un frío decantador. Respirando libres después de muchos años.
Viña Real Reserva de 1981
No soy especialmente amante de algunos riojas. Disfruto de un buen reserva y de un cosechero, pero los crianzas me parecen demasiado agrestes y un poco descompensados de acidez. Es el estilo Rioja, y simplemente no cuadra con mi gusto particular, aunque reconozco su valor con el disfraz de catador puesto. A su vez, estos vinos son los que hemos tomado desde hace mucho tiempo en toda España y en muchas ocasiones, al estar tan generalizados, han sido maltratados por transportistas, mesoneros y particulares haciéndolos a veces imbebibles.
En este caso en particular, el simple hecho de acercarme el Viña Real a la nariz, hizo que desaparecieran todos mis prejuicios. ¿Un rioja? Frutas negras, aromas de cerezas, violetas ¿Un Gevrey-Chambertin? Tostados, especias ¿Un rioja? Definitivamente sí. Un gran rioja con veintisiete años a la espalda. En boca es una sinfonía de taninos, acidez y fruta -sí fruta- . Todos los elementos ensamblados. Un vino en plenitud y con una elegancia qué más quisieran algunos Borgoñas de su edad.
Rioja es grande, pienso mientras intento racionalizar lo sentido.
Domaine Peyre Rose Clos Syrah Leone 1996
Nos comenta el nunca suficientemente ponderado Andrés, que la productora, Marlene Soria, sólo saca el vino el año que considera tiene suficiente calidad. En la botella que nos ocupa encuentro aroma de ciruela, picotas, cuero y una boca densa, concentrada y elegante, con taninos nobles, postgusto a café y final largísimo. Todo ello en un coupage de Syrah y Mourvèdre 85%-15%. Un vino del Languedoc interesante que aúna carácter, potencia, complejidad y elegancia.
LOS POSTRES
Después de someter a votación el vino que acompañaría a un surtido de «postres de la casa» la mayoría, por no decir la totalidad, se decantó por acabar como empezamos. En este caso un dulce alemán, de uvas cosechadas en el momento que baja la temperatura de la viña a -7 grados:
Schloss Johannisberg Riesling Eiswein 1999
Un vino de hielo con mayúsculas. Con una nariz perezosa, que cuando se abre da una explosión de fruta blanca y piña en almíbar. Sin rastro de los por unos valorados y por otros temidos, aromas a frenazo de coche (goma quemada o hidrocarburos).
Donde demuestra su verdadero poderío es en la boca. Mineralidad, acidez y dulzor formando un uno. Impresionante, aunque con un Riesling siempre te queda la duda de cómo estará al día siguiente. Suele cambiar y mejorar. En el caso de estos vinos recomiendo abrir la botella, guardarla en la nevera y tomar una copa durante cinco o seis días. Las diferencias son evidentes de una jornada a otra, y normalmente evolucionan a mejor.
Como resumen, valga la sensación que se desprende del título, he estado en una cata única, muchos de estos vinos no se pueden encontrar y si alguien lo consigue, es posible que estén estropeados.
Una cata que no es para todos lo días, pero que quiero compartir con vosotros.