«Todas las ciudades tienen historia, menos Damasco, en la que empezó todo». Así reza la carta de al-Khawali, un restaurante mágico en el que me entretendré más adelante. Y es que la damasquina es la ciudad habitada más antigua del mundo, y eso se palpa en el ambiente. Cuna de civilizaciones, la capital siria rebosa historia en cada una de sus esquinas más auténticas, pero también es un símbolo inevitable de modernidad. Damasco es tan especial que cuenta la leyenda que Mahoma, en su camino a la Meca, observó la ciudad desde la montaña pero no quiso entrar porque sólo quería visitar el paraíso una vez: al morir.
El primer día que sales a la calle en esta ciudad te das cuenta de que tienes que tener los ojos bien abiertos; no sólo para no perder detalle, sino porque los necesitas para sobrevivir al terrible tráfico que circula sin orden ni ley. Los sirios son, ciertamente, un peligro al volante si no estás acostumbrado a esa forma de conducir. Después de cinco días en Damasco se sortean sin problema los coches, las motos que llevan a familias enteras, las bicicletas y los miles de taxis.
Como muchas ciudades de Oriente Próximo, Damasco es una ciudad de altos contrastes. Basta un paseo por la zona de las embajadas o un vistazo al hotel Four Seasons, uno de los mejores de toda Siria, para llevarse la impresión de que la población damasquina está bastante occidentalizada: mujeres sin velo, coches caros, altos ejecutivos… Unas calles más allá empieza la Damasco legendaria, la de los cuentos de las Mil y Una Noches. Justo al cruzar la puerta del zoco de al-Hamidiyya, en la que se encuentran los sirios y turistas árabes más tradicionales, empiezas a ver auténticos fantasmas vestidos de negro de arriba a abajo.
Cuando entras en la galería de este zoco esperas un olor mucho más fuerte y, quizá, mucho desorden. Pero no hay nada de eso. A lo largo de todo el pasillo se suceden, sin embargo, las tiendas de los más atrevidos conjuntos de encaje y exagerados vestidos de novia. Los haces de luz que se reflejan en el suelo provienen de los agujeros de la bóveda superior que hicieron las balas francesas en la revuelta nacionalista de 1925, completando el encanto de la escena.
Al final de esta galería se puede ver la puerta de un templo romano dedicado a Júpiter y, tras ella, la gran mezquita Omeya. Este templo del islam, el más importante después de las mezquitas sagradas de Medina y La Meca, tiene una larga historia que nace hace tres mil años, cuando los arameos construyeron un templo a uno de sus dioses. Después de pagar la correspondiente entrada de turista, cubrirse con una chilaba y descalzarse, se puede entrar en este magnífico edificio que no deja indiferente a nadie. Su patio central es lo que más impresiona por sus dimensiones y por el reflejo de toda la mezquita en el suelo.
La ciudad vieja no es sólo mezquita y tiendas; perderse por el barrio cristiano, que se encuentra al final de la llamada calle Recta, es una opción muy relajante para la tarde. Las antiguas casas damasquinas, una tras otra, conforman estrechas calles adornadas con árboles de parra, ropa tendida y otros elementos de lo más curiosos como escaparates llenos de imágenes cristianas. Los habitantes y tenderos de la zona te invitan continuamente a tomar un té muy dulce que merece la pena aceptar porque la conversación, las risas y alguna compra de artesanía están aseguradas. Eso sí, es imposible evitar el ritual del regateo del que, con un poco de paciencia, puedes salir convertido en experto.
Hay dos maneras de terminar una jornada en Damasco y que, por otro lado, son perfectamente compatibles. La primera es disfrutar de una cena en el patio de al-Khawali, un buen restaurante, dicen que de los mejores de la ciudad, que para un bolsillo español sigue siendo barato. Lo cierto es que su Cordero con salsa de yogur es toda una experiencia para el paladar y el ambiente del restaurante es perfecto. Todo el patio huele a pan recién hecho porque hay un chico trabajando en el horno constantemente, y la fruta de colores llena todas las mesas.
El último vistazo del día tiene que ser de noche cerrada, desde el monte Casio. Un mar de lucecitas se extiende por debajo de este mirador, obligada visita para hacerse una idea de cómo es en verdad Damasco; con su mezquita Omeya, con sus torres de la zona nueva, con la secreta zona presidencial, con su tráfico… Una ciudad que, definitivamente, permanece en la retina.
Galería fotográfica:
- Rezando en la Gran Mezquita
- Puesto de especias
- Vendedor de chicles ambulante en el zoco
- Zoco de Al-Hamidiyya
- Shawarma
- Ropa tendida en el barrio cristiano de Damasco
- Receta tradicional de pollo
- Puesto de flores secas
- Niña llevando pan a la puerta de la Gran Mezquita
- Helado típico de Damasco
- Gran Mezquita Omeya
- Dulces típicos de Siria y Líbano a base de miel y frutos secos