El chiringuito de playa, un lugar donde antaño los santos varones descansaban sus posaderas con una cerveza helada en la mano; un lugar donde se refugiaban de sus mujeres y del alboroto de los niños en la playa; un lugar, en definitiva, donde contemplar a las ‘suecas’ sin la reprobación de la familia. Qué recuerdos trae esta estampa, ya sea por experiencia propia o por los cientos de películas del destape con escenas en chiringuitos de la costa.
Imágenes como las descritas pertenecen al pasado: el chiringuito, esa edificación a pie de playa, va desapareciendo año a año por obra y gracia de la Ley de Costas. En los pocos que quedan en el litoral español, la fauna que los puebla ha cambiado mucho. Cuerpos cuidados abarrotan las mesas en un claro ejercicio de ver y dejarse observar. Ahora, en muchos casos, lo que se lleva es la playa virgen, sin elementos que contaminen el paisaje.
Los nuevos chiringos, los que sustituyen a las casitas blancas empotradas en la arena, se alejan de la playa y se sitúan en los paseos marítimos convirtiéndose así en meros restaurantes de costa. Y aquí, todo cambia. Se impone el decoro –ya no vale ir enseñando la tripa cervecera- con una serie de normas en el vestir promovidas desde varios ayuntamientos: el chiringuito ya no está en la playa, ergo rigen las reglas de la localidad. También es cierto que con estos cambios la calidad gastronómica aumenta. La oferta deja de ser sota, caballo y rey para convertirse, en muchos casos, en una apuesta por la excelencia de los platos.
Pero el chiringuito se convierte en la máxima expresión del lujo cuando se encuentra en una cala inaccesible por tierra. Este tipo de chiringo tiene presencia en zonas escarpadas como la catalana Costa Brava. El cliente llega con su barco, esos que tanto abundan en el litoral español durante el verano, y se acerca razonablemente a la cala escondida para disfrutar de lugares como el Pedres Planes en Palamós, o el chiringuito de la espectacular Cala Bona en Tossa de Mar. Una vez allí, después de fondear la embarcación a una distancia razonable de la costa, tiene dos opciones para llegar al ansiado chiringuito y disfrutar de la paella de turno: utilizar su propia lancha auxiliar o dejar que la zodiac del chiringuito le vaya a buscar.
También en las islas Baleares es común la vía del barco. Chiringuitos que, sin ser de difícil acceso, incentivan la entrada vía mar como una forma de darle una pátina de glamour al lugar, son de visita obligada. Lugares con entrada por tierra relativamente cómoda, como el Blue Marlin en cala Jondal en Ibiza o El Pirata en la isla de Formentera, forman un curioso puerto deportivo con decenas de barcos frente a su trocito de costa. Es aquí donde el ver y ser visto se convierte en el objetivo clave de los visitantes, y la mejor manera de hacerlo es, cómo no, desembarcando de un bonito yate.
Al contrario que al restaurante costero, al chiringuito, gastronómicamente hablando, poco se le puede pedir, excepto, claro está, que controle de forma exhaustiva la frescura de los productos que sirve, para evitar indeseadas intoxicaciones. En los chiringuitos la cocina sencilla, basada en muchos casos, en los productos del mar es la oferta más usual.
Sobre la autora
Alexandra Sumasi es periodista especializada en gastronomía, autora del blog «¡Viva la Vida!« y colaboradora en varios medios de comunicación.