De ruta por las joyas medievales de Navarra, topamos con el Monasterio de la Oliva, una preciosa abadía cisterciense ubicada en la localidad de Carcastillo. A orillas del río Aragón, sus tierras son fértiles y perfectas para la fundación de un Monasterio dedicado al trabajo agrícola. Así lo pensaron los monjes que llegaron entorno a 1149 y se quedaron cultivando vid y olivo como actividades principales.
Bodega Abadía de la Oliva
Desde hace más de 800 años, los monjes cistercienses que habitan el Monasterio de la Oliva han sido productores de vino. Desde que los fundadores franceses de esta orden errante llegaron a Carcastillo, pusieron en funcionamiento las hectáreas de viñedos que rodean al Monasterio. Si bien es cierto que en sus orígenes la producción era más variada y menos controlada, en la actualidad se han convertido en auténticos viticultores ayudados por Alba, la joven enóloga que nos abre las puertas de la Bodega.

Las tierras del Monasterio se dividen en tres parcelas: Viña Teresa, Viña María y Viña Magdalena. Cada una con unas características particulares, las más cercanas al Monasterio son terrenos más pedregosos y aireados; mientras que las ubicadas en lo alto de la colina son más arcillosas. En ellas se cultivan diferentes variedades de uva: Tempranillo, Merlot, Cabernet Sauvignon y, en especial, Garnacha. Esta última es la que se utiliza en exclusividad para la elaboración de los vinos monovarietales de Bodegas Abadía de la Oliva; el resto, se vende a otros productores.
Escogieron la Garnacha porque es la uva autóctona de Navarra, la que más defiende las características de la tierra en la que se asientan. El padre Daniel, uno de los encargados de la bodega, destaca de esta uva su asombroso aroma. Aunque reconoce que es una uva que se oxida rápido, ellos están convencidos de «fomentar las virtudes y reducir los defectos de esta uva«.

Alba, la enóloga de la bodega, nos explica que la vendimia se hace manualmente y en la cinta transportadora se seleccionan 1 a 1 los racimos de uva que se van a utilizar. Como podremos intuir dadas las hectáreas y el proceso selectivo, en esta bodega no se producen más de 2.000 botellas de vino. Antes se vendían por subasta a las personas que llegaban hasta el Monasterio, sin embargo, ahora los monjes cistercienses se han lanzado al comercio online.
Los monjes del Monasterio de la Oliva producen tres tipos de vino: el Vino Monasterio de la Oliva, Vino para el Refrectorio y el Vino Dulce de Misa. La producción parte del trabajo artesanal de los monjes, ayudados por trabajadores locales; ya que como ellos mismos reconocen, cada vez son más mayores y necesitan más ayuda. La producción se hace por sangrado y a cada cosecha se le aplica el tiempo de barrica más apropiado para conseguir las cualidades que ellos buscan.
Vino del Monasterio de la Oliva
De los viñedos 100% ecológicos que rodean la Bodega de la Abadía de la Oliva, se seleccionan las uvas de mayor calidad para el vino del mismo nombre que el Monasterio. El vino Monasterio de la Oliva es un tinto joven, de semicrianza, con un color rubí muy apetecible. En general, es un vino con cuerpo, bien estructurado, que entra de forma fina en la boca y tiene un final muy largo.

En su aroma, predominan las frutas maduras y las notas a especias. Una vez en boca, se aprecian tiques afrutados, que lo hacen fácil de beber. También posee notas a frutos secos, que presenta mayor carga de taninos pero cálidos y suaves; ya que no generan astrigencia.
La Historia del Monasterio de la Oliva
Desde los documentos fundacionales del monasterio, del S.XII, ya aparecen menciones a las hectáreas dedicadas a la viña. Unas 30 hectáreas en aquel momento. Si nos adentramos en el Monasterio, nos topamos con la antigua bodega del S.XIV reconvertida hoy en un espacio para charlas y reuniones. Asimismo, tras las desamortizaciones de 1835, quedó registro de las posesiones vitivinícolas de la Abadía.
El monasterio y sus tierras fueron gestionadas por la Sociedad La Agrícola, una suerte de Cooperativa del pueblo de Carcastillo, que apostó firmemente por la vid. Cuando los monjes volvieron a recuperar el Monasterio, 92 años después de la desamortización, el vino fue uno de los sustentos principales.

El padre Daniel, que llegó al Monasterio de la Oliva en 1954, fue el encargado de la bodega durante 18 años. Afirma rotundamente que «el vino no solo marea cuando se bebe» y nos traslada a los tiempos de producción plenamente artesanal. De aquel entonces rememora una noche en la que el tufo del depósito casi acaba con él.
Asimimso, recuerda orgulloso cómo en la década de los ’90, siguiendo el lema de los monjes cistercienses, «Ora et labora et lege» (oración, trabajo y estudio), fue hasta Francia a aprender nuevas formas de viticultura para transformar la bodega del Monasterio. Ese fue el primer paso para avanzar hacia la diversificación y modernización que aplican a día de hoy.