Si buscáramos un laberinto real donde encerrar a Minotauro en la Tierra, sin duda lo encontraríamos en Marruecos. Más concretamente en Fez, en su medina que es Patrimonio de la Humanidad desde 1980. ¡Consta de 9.000 calles!
No solamente la penumbra de sus estrechas e intrincadas calles, pasajes, callejuelas, placitas… hacen imposible la orientación dentro del laberinto; sino que los sentidos perderán las referencias, se fundirán en el ambiente y acabarán turbados. El universo de colores y movimientos atrapa tu mirada; los sonidos y ruidos acompañan, acaparan y acompasan tu caminar; la intensidad aromática de las especias, cuero o hierbas se paladea; y el constante contacto con la gente y sus animales, gatos en lugares insospechados o burros para el transporte, son las sensaciones que el tacto recibe al pasear por el corazón de la urbe. Aquel plano que se gestara durante su fundación en el siglo IX por Idris II, cuyo mausoleo es un hito en la medina, sigue siendo el actual y también sigue en ebullición la vida en sus calles, las tradiciones y el comercio que otrora existió.
Caminar por las calles de Fez es viajar al pasado en todos los sentidos. Únicamente quedó atrás en el tiempo el carácter defensivo que suponía su trazado. ¿Quién hubiera osado atacar un laberinto? Pero todos los demás ingredientes medievales continúan vivos. Por las encrucijadas de Fez se pasean las chilabas, los turbantes e, incluso, alguna mujer completamente tapada; la gente abarrota sus calles repletas de viviendas de variopintas clases y ornatos, así como negocios, tiendas o talleres; y en sus plazas suena el agua al estrellarse contra los azulejos de sus fuentes.
En la ciudad quedan algunas madrasas de los siglos XIII y XIV, un edificio que tiene universidad, residencia de estudiantes y mezquita, que denotan el importante pasado cultural de esta medina, pero el lugar sagrado por excelencia de Fez es la zagüía, es una mezquita y mausoleo del Mulay Idris, el fundador de la ciudad, pero el acceso solo está permitido a musulmanes.
Los oficios mantienen su método tradicional para obrar. Es extraño y atractivo escuchar los sonidos de los gremios del metal, base rítmica del lugar, entre las viviendas que se hacinan y se encaraman unas sobre otras, mientras los cueros extienden su aroma por doquier. Desde las azoteas se observa y se huele un mundo aparte y único. Las tenerías o curtidurías son especiales. Resulta insólito ver como chapotean los obreros en los pilones entre los ácidos y tintes, es el oficio más espectacular dentro de Fez. Tiñen usando amapolas, menta o azafrán, pero antes de ese proceso utilizan palomino, excremento de paloma, para el curtido de la piel y, ¡el trabajo se hace a mano! Se trata de un trabajo tan extremo que si una esposa se entera de que su marido es curtidor sin que éste se lo haya dicho antes de la boda, el matrimonio puede quedar anulado, es el único motivo que la mujer puede alegar para su divorcio.
La cerámica en Fez es, también, un oficio muy ligado a su historia. Hace años que sus hornos, alimentados con los restos de aceituna de las almazaras, fueron sacados de la medina por la polución que generaban. Al ser cargados de combustible los hornos deflagran una mezcla de llamas y humo negro que sobrecoge, pero es muy contaminante. La religión musulmana no permite la representación de figuras humanas o animales en su cerámica. La geometría de los dibujos que la religión sí les permitió reproducir es un arte precioso y atemporal, aunque son labores minuciosas y duras más apropiadas para el trabajo de chinos que de marroquíes.
Sorteando los recovecos laberínticos de la medina de Fez escapamos de su hechizo y al volver la vista atrás se ve el pórtico monumental del Palacio Real que Mohamed VI usa casualmente, porque todos los grandes personajes de la vida marroquí quieren tener su sitio aquí, en la ciudad más cultural y tradicional de Marruecos.
Ariadna con su hilo nos guió y nos permitió salir del laberinto. Ahora nos esperan los Atlantes, aquellos gigantes que debían soportar la cúpula celestial sobre sus hombros. El gran protector se llama Atlas, un gigante en todos los sentidos: su altura culmina en el monte Tubkal a 4.167 m. y la longitud de esta cordillera es de 2.300 Km. se divide en tres grandes tramos: Alto Atlas, Atlas Medio y Antiatlas. La cordillera es la frontera natural con el Sáhara y ambos mantienen un trágico duelo a muerte por prevalecer, pero aún se mantiene firme el Atlas, consiguiendo rescatar nieve y agua de las nubes que se le acercan.
Gracias, y que sea por muchos años Atlas. Sin ti, el desierto habría abrazado con más fuerza, no solamente Marruecos sino también la península Ibérica.