Llegué lo más rápido posible al instituto, no quería llegar tarde por tercera vez consecutiva sólo por quedarme dormido.

Y aún así, llegué diez minutos tarde para descubrir que no había nadie. La profesora no había venido y el resto de mis compañeros estarían probablemente desperdigados por ahí disfrutando de la hora libre.

Como no sabía qué hacer, decidí matar el tiempo hasta la próxima clase a leer algo en la biblioteca.

Ojeé un par de periódicos con las noticias de siempre, subida de impuestos, gasolina, alimentos, guerras aquí y allá, políticos hambrientos de dinero y poder… y cuando me aburrí de sentirme mal, eché un vistazo a las revistas de videojuegos, prensa rosa, de viajes documental de esos países que no vas a ir nunca, cuando vi uno que trataba de cocina. En ese momento me dio algo de hambre, en la portada se podía ver un estofado perfectamente colocado en una olla de cerámica blanca bien iluminada. La salsa recorría la carne y las patatas brillaban de una forma espectacular. De fondo se observaba de forma desenfocada un plato ya servido, todo aquello hizo que despertara completamente el hambre que tenía, pues había salido apresurado de casa y no pude desayunar.

A medida que ojeaba la revista, el hambre se hacía más grande, veía platos muy elaborados de pasta con el queso rallado en su superficie, algunos con rodajas de tomate, atún, algunas pastas con salsa exageradamente esparcidos por el plato.

También había carne que parecían muy jugosos, carne en barbacoa con el fuego de fondo, tablas de madera con cachos de carne enorme y sus apetecibles rodajas, hamburguesas de dos pisos con el queso derritiéndose.

Pescados fritos y al horno que me hacían la boca agua, filetes de pescado con su rodaja de limón y acompañadas de abundante verdura…y los postres, pasteles de chocolate adornado por fresas y moras.

Bizcochos de naranja esponjosos con pepitas de chocolate.

Bolas de helado en soportes de copa decoradas con nata, cerezas y sirope alrededor. no hicieron más que agudizar si cabía más, el hambre.

Entonces pasó algo que a día de hoy aún no he encontrado ninguna explicación. Pero por algún motivo, alargué la mano hacia la revista y arranqué una hoja en la que salía una foto de un plato de croquetas. De alguna forma podía sentir su olor, sentir un calor proveniente del plato de croquetas en mi cara a medida que acercaba la hoja recién arrancada. El hambre se hacía insoportable y la imagen de aquel suculento manjar se me antojaban deliciosas. Y sin apenas darme cuenta, ya tenía aquel trozo de papel metido en la boca.

Para mi sorpresa, y sé que suena muy loco, el papel arrancado sabía a pollo con trazas de jamón, y la textura ya no era de papel arrugado, mi lengua sentía la textura de la croqueta y su contenido, no me lo podía creer, estaba masticando una hoja de papel y sabía exactamente lo que había en la imagen.

Cogí otra hoja en la que salía un buen filetón rebañado en salsa, y sin pensarlo, también lo consumí con ansias, descubriendo para mi alegría, que también sabía exactamente a filete de vaca.

Me froté las manos al descubrir las posibilidades que tenía en ese momento, una revista entera con cientos de platos a los que podría degustar cuanto quisiera. Había tanto que no sabía por dónde empezar.

Para no empezar a comer sin ton ni son, decidí que empezaría a comer como si realmente estuviera en un restaurante. Comenzaría por los aperitivos, el primer y segundo plato, terminando por el postre.

Pasé a las páginas de picoteo, y lo que me llamó la atención fueron unos canapés de queso y sobrasada. En la foto había cuatro, así que las recorté de manera individual y las comí, estaban sabrosísimas.

Luego pasé a buscar mi primer plato, se me antojó una paella con mariscos y gambas. La foto era totalmente apetecible, la paella se veía desde arriba en un sartén enorme, una fila de gambas decoraba el arroz en forma circular, y el marisco estaba colocado en las cuatro esquinas del plato. Arranqué la hoja con cuidado y cuando me aproximaba el papel, el olor de la paella ya se iba haciendo patente.

Después de haber probado la paella, caí en la cuenta de que también necesitaba beber, así que fui directo a la sección dedicada a la cerveza artesanal, miré sus fotos y arranqué con cuidado una de las páginas. Al meterla en la boca, el papel se presentaba dulce y suave amargor con aromas frutales, aquello me ayudó a tragar con lo que había consumido.

Busqué mi segundo plato. Esta consistía en una pechuga de pollo con papas fritas, simple pero efectivo, y lo mejor es que no tenía que usar cubiertos ni me ensuciaba las manos. Separé como pude las papas de la pechuga y recorté también de forma individual las papas, así no solo sentiría el sabor sino también sentiría el aspecto visual.

Luego de haber acabado, fui a la sección de postres de la revista, y observaba con gula, que postre sería el elegido para acabar este periplo gastronómico tan surrealista.

Por más que miraba no encontraba algo que me apeteciera, me sentía igual que cuando quieres ver una serie y no te decides por cual ver. Cuanto más se tiene, menos te decides a elegir.

Al final, en las últimas páginas vi unas galletas y eso me recordó a mi abuela, de pronto una nostalgia se apoderó de mí, y arranqué una hoja con la forma de una de las galletas. Al introducir el papel en mi boca, unas lágrimas cayeron por mi rostro, debido a que el sabor era exactamente igual a las galletas que me hacía mi abuela cuando era niño.

Luego de haber terminado, observé que ya estaba llegando tarde a la segunda clase, me incorporé sintiéndome muy pesado, ahora estaba lleno y no tenía más hambre. Antes de irme, observé la revista, aún quedaba una de las galletas, decidí arrancar la que quedaba, sin saber si después de salir de ahí, aún su efecto sería vigente. Guardé la foto de la galleta en el bolsillo y me fui corriendo a clase  .

Autor: Felipe Juan de Villa