Aquellas montañas que tras la neblina oceánica asomaban eran las cumbres volcánicas de Mauricio. La línea del horizonte índico se quiebra al pasar por las cumbres que forman los antiguos volcanes que gestaron la isla. Las nubes también se reúnen allí. Divisar esta isla en la lejanía después de haber navegado en catamarán durante horas es una experiencia inenarrable. Las sensaciones son únicas: los sonidos de olas partidas a babor o estribor; la sal levantada por el viento que te azota el rostro; la luz del sol azulada bajo los cascos de la nave… Mientras tanto, las olas acunan tu cuerpo a ritmo de reggae y el ritmo del mar embelesa tu mente.
Las estampas que permanecen son las de peces voladores compitiendo por ganar al velero, los delfines surcando el Índico al amanecer o los acantilados de Coin de Mire atestados de aves… Estas fotografías son algunos de los regalos que ofrece al viajero el crucero que arriba en la costa mauriciana, que arriba en el paraíso.
De manera parecida llegaban los veleros del pasado hasta aquí buscando repostar en medio del océano, en medio de la ruta oriental, en un lugar que tenía comida y bebida asegurada. Una estación de servicio oceánica que ofrecía comida -el dodo fue extinguido en parte por ser un bocado fácil-, y agua dulce, el oro líquido de los marineros. Pero hoy no hace falta surcar el océano para llegar hasta el edén, sería muy largo y pesado, Air Mauritius te lleva. Y además de llevarte, cuando despegas se encarga de plantar un árbol autóctono en la isla por el despegue de tu avión. Los mauricianos vieron desaparecer el dodo a finales del S.XVII, el primer animal del que se tiene constancia que fue extinguido por el hombre, y se concienciaron para respetar el medioambiente antes que otros pueblos. «Un despegue, un árbol», es algo más que un eslogan. ¡Ojalá todas las aerolíneas hiciesen lo mismo!
Quizá lo más conocido y atractivo de Mauricio sean sus exóticas playas blancas en las que están situados sus mejores hoteles. El Hotel Dinarobin tiene los mejores detalles que se pueden esperar: te reciben después de ese largo trayecto de avión con una toallita húmeda para despabilar tu cara y un cóctel para refrescar tu cuerpo. El trato es excelente, los restaurantes son de lujo y el spa te hará perder el sentido. A pesar de todo, creo que su ubicación es aún mejor que esto anterior si cabe, es su gran privilegio. Está entre el mar tropical y la playa coralina, entre multitud de palmeras y Le Morne, una montaña especial que cautiva a quien la observa y más aún a quien conoce su historia. Es algo más que una montaña, es un símbolo de la libertad humana. Le Morne forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 2008 como paisaje cultural. Los esclavos huidos, cimarrones, se refugiaron en este promontorio casi inaccesible y allí permanecieron viviendo durante parte de los siglos XVIII y XIX. Cuando los barcos franceses llegaron para anunciarles el fin de la esclavitud en el mundo ellos, confundidos, creyeron que era su fin y, antes de dejarse atrapar, se autoinmolaron en sus acantilados. Entonces nació el mito de Le Morne.
Los atardeceres son extraordinarios desde la playa del Dinarobin. Al caer la tarde, el sol se pone enfrente, va descendiendo, iluminando las nubes y dando brillos metálicos al océano. Se produce una vorágine de colores cambiantes hasta que el sol se oculta bajo el horizonte y, sobre todo, tras Magadascar que está solamente a 900 km. al oeste. Por eso mismo, los ocasos aquí son distintos: no mantienen el colorido. El sol rápidamente se oculta tras la isla malgache y los colores se tornan blancos, grises, negros y se oscurece todo… Luego aparece el cielo repleto de estrellas del sur, miles y miles de puntitos brillantes, y la Vía Láctea, que parece marcar el camino que hizo por el día el sol. Las constelaciones de este hemisferio son aún más atractivas, desconocidas y cargadas de imágenes de cielo profundo que las del norte. Al observar la inmensidad del cielo austral uno se queda anonadado.
Después de presenciar la llegada de un cielo majestuoso viene una cena sensacional. Éste es también un buen lugar para repostar. El hotel Dinarobin cuenta con buenos restaurantes, entre los que destaca Saveurs des Iles que nos ofrece una exquisita fusión de cocina francesa y mauriciana, situado entre las palmeras y junto al mar, siempre el mar. Además, el hotel Dinarobin es gemelo del hotel Paradis, con quien comparte la playa, las instalaciones y los clientes. Posiblemente la diferencia fundamental entre ambos hoteles sea el ambiente, más alegre y lúdico en el Paradis, y más íntimo y tranquilo en el Dinarobin. Así, cada cual puede elegir lo que más desee. Cada cliente lo es de los dos hoteles a la vez y, lo que es aún mejor, de los restaurantes también. El restaurante La Ravanne en el hotel Paradis es otro espacio encantador, especializado en comida mauriciana, cuenta con un embarcadero privado para que elijas cómo llegar: por tierra o por mar. Sin duda, es mejor desde el mar. Ir a cenar en barco llegando al puerto desde la oscuridad del océano es impresionante. Un recuerdo imborrable.
Después de haber tomado alimento, haber descansado y haberte sentido como un marajá, puedes simplemente bañarte en una piscina de agua de mar o directamente en él, o también puedes practicar los deportes naúticos que desees, jugar al golf, hacer una ruta en mountain bike… Son algunos detalles que te brindan estos hoteles. Pero, además, tienes a tu disposición la posibilidad de disfrutar de catamaranes, snorkell, kayak, ski acuático, windsurf… Entre el océano Índico y la playa la naturaleza ha creado un lago de origen coralino de más o menos un metro de profundidad que te garantiza la seguridad y la tranquilidad que necesitas para disfrutar de estos deportes, y la protección que no existe te la aseguran los monitores, estando siempre pendientes de ti.
Lujo, diversión, seguridad, placer… ¿Se les puede pedir más a unas vacaciones? Pues sí, a unas vacaciones se les puede pedir algún sitio interesante que visitar, alguna ciudad o paisajes de montaña.
El interior de Isla Mauricio tiene muchos de estos sitios para ver. La isla es un crisol de culturas y religiones que conviven en armonía. Es fácil encontrar templos católicos, islámicos, tamiles, budistas, hinduistas… El lago Grand Bassin es un lugar sagrado para los hindúes, junto al lago tienen su templo y en las cercanías hay una colosal estatua de la todopoderosa Shiva que ellos veneran. Es habitual ver a los hindúes practicando sus ritos en el templo y en la orilla del lago. Los hinduistas dicen que este lago es divino porque está unido al Ganges, río sagrado de India. Desde luego que algo de magia tiene porque aquí se produce uno de los mayores espectáculos de Mauricio. Es algo fácil de conseguir y que ha visto poca gente. Alimentando con pan los peces del lago aparecen muchísimos, de todos los tamaños y, al poco rato de estar cebándose surgen, desde el fondo oscuro, unas grandes anguilas de un tamaño descomunal con la intención de comerse algún pez. Es impresionante verlas moverse acechantes, cazar desde abajo y luego volver a esconderse en la profundidad. Estas anguilas miden aproximadamente unos 3 metros de longitud y tienen un grosor de unos 20 cm. ¡Es alucinante!
La naturaleza de Mauricio es otro espectáculo digno de ser disfrutado. Los paisajes de cascadas y gargantas de ríos nos recuerdan que las montañas aquí tienen un gran protagonismo. El Parque Nacional de las Gargantas del Río Negro posee todo el encanto de los lugares más remotos y salvajes de la Tierra: Una selva casi inaccesible, los ríos sin contaminación y los sonidos de la naturaleza en estado puro. Entre estos paisajes naturales aparece uno de los más típicos de la isla, la plantación de té. El té mauriciano es muy rico y su recolección y envasado es tradicional. Para conocer bien estas plantaciones hay una ruta del té que recorre las plantaciones, la factoría y un restaurante que es otra joya. ¡Qué bien se come en Mauricio! Se nota la influencia francesa en la cocina de estos restaurantes.
El restaurante de Bois Cherí tiene posiblemente el mejor lugar del interior de la isla. Está en una atalaya junto a un antiguo cráter convertido en lago y con vistas de 360 grados. Este restaurante pone a tus pies la parte sur de la isla mientras degustas unos exquisitos manjares que, en muchos casos, cuentan con el té como un ingrediente más en sus recetas. Su carta es original y sus platos, delicados; tienen una influencia francesa que les distingue. El lugar es muy elegante y las vistas desde el restaurante son indescriptibles: se divisa casi todo el sur de la isla como si fueses en un avión. Éste es uno de esos sitios que jamás se olvida porque aúna buena gastronomía, buenos paisajes, tranquilidad, elegancia y la ruta del té.
Es difícil encontrar un lugar tan pequeño en la que visitar sitios tan diversos como en esta isla. Quizás lo menos atractivo sean sus núcleos urbanos, sin embargo la capital de Isla Mauricio, Port Louis tiene encanto. Es una ciudad pequeña de unos 150.000 habitantes pero cosmopolita y tiene algunos ingredientes que así lo atestiguan. El waterfront es como el de Cape Town aunque el mauriciano es más pequeño. También cuenta, como muchas grandes ciudades americanas como San Francisco o Nueva York, con su propio y original Chinatown, en el que se vive un ambiente típico oriental. En la ciudad se muestra de nuevo la idiosincrasia mauriciana, el mestizaje; hay templos de todas las religiones que conviven en paz: mezquitas, iglesias, templos hinduístas o tamiles… Este mestizaje aporta un carácter especial al habitante y al ambiente que se puede ver a diario en la calle o en los comercios. Hay un mercado en el centro que es especial en el que destacan los aromas y los sonidos, los colores y las formas, los alimentos y la gente… Muy cerca está el Museo de Historia Natural, que es una visita fundamental e ineludible. Está repleto de una fauna muy exótica y, sobre todo, tiene un esqueleto completo, el único existente en el mundo, del último dodo. Al norte de la capital y a unos pocos kilómetros está el jardín botánico de Pamplemousses en el que destacan sus enormes nenúfares con hojas circulares de más de un metro de diámetro y sus flores de loto enigmáticas y simbólicas. En fin, Port Louis es una ciudad africana con una mezcla de influencias europea, asiática y americana. Esta ciudad es la herencia que ha dejado esa historia tan diversa y peculiar que esta isla ha tenido.
Aunque su interior y su capital son lugares encantadores, lo que más se disfruta en Mauricio es la costa. Algunos de los mejores momentos en Mauricio se pasan junto al mar. En las arenas blancas de la playa la gente disfruta del sol o de los cócteles, y en el agua practican los deportes naúticos. Bajo la superficie salada del océano Índico la vida abunda, y las imágenes teñidas del azul del mar son impresionantes. Se puede entrar en ese medio líquido y salado buceando o se puede profundizar con submarinos en ese mundo silente y azul y ver peces de miles de colores, formaciones coralinas y, sobre todo, compartir las aguas con grupos de delfines que al amanecer surcan las olas. Los delfines que, como los barcos que siempre llegaron a esta isla, nadan junto a ella queriendo hacer un homenaje a uno de los paraísos que aún quedan en la Tierra.
Galería fotográfica:
- Celebrando el atardecer
- Flor de loto
- Nenúfares gigantes
- Reproducción de un dodo
- Esqueleto del último dodo
- Arácnidos mauricianos
- Port Louis
- Saint Aubin. Antigua casa colonial
- Tipos de té
- Té de Isla Mauricio
- Restaurante Bois Cheri
- Parque Nacional de las Gargantas del río Negro
- Cascada
- Templo tamil
- Anguila gigante
- Estatua de Shiva
- Grand Bassin. Lago sagrado
- Habitación del hotel Paradis
- Hall del Hotel Beachcomber Paradis
- Luz de tarde
- Postre con té
- Restaurante Saveurs des Iles
- Habitaciones del hotel Dinarobin
- Hotel Beachcomber Dinarobin
- Isla Benitiers y, al fondo, Le Morne
- Catamarán
- Vista aérea de la península de Le Morne