Me considero un apasionado del restaurante La Ancha. Me gusta el nombre -fruto de una ingeniosa solución tras perder sus propietarios, la familia Redruello, la marca La Estrecha, allá por 1930- pero aun más valoro sus propuestas gastronómicas, que permiten esa experiencia de comer como en casa de la abuela, con las recetas en las que solo cabe elaborar productos frescos, de temporada, cocinados con arreglo a la tradición, en su caso, dicen, que muy castellana, muy castiza, muy del foro.
En La Ancha todo es exuberante en su sencillez. Me agrada el local de la Calle Zorrilla, contiguo al Museo ICO, enfrentado a la fachada posterior del Congreso. Valoro la atención personalizada de un equipo que en sala comanda Carmen Cabrera, con Emilio Recio, Sergio Llano, María José Varela, y cuya cocina pilota Gema Gila. La vida se hace agradable en sus comedores y en su patio exterior, delicioso en primavera, verano y otoño.

Grandes platos… y mucho más
Es difícil destacar algunos de sus más de los más de 60 platos que figuran en su carta.
Según temporada no dejen de degustar entrantes como la Tortilla española guisada con callos, el cazón adobado, la imperdible ensaladilla rusa o las propuestas con anchoas del Cantábrico. Encontrarán ensaladas deliciosas, la de perdiz es muy buena. Entre los de cuchara, les sugiero las lentejas o la sopa de cocido.

En la propuesta de pescados no es difícil optar por el cogote de merluza, el rape de costa al horno, el bonito con tomate o los tartar. En carnes elijan, sin dudar, los escalopes Armando con huevo y trufa o el infantil, llamado “baby”, para los que comen menos.
El menú es tan amplio que alcanza a la delicada casquería, en cuyo caso me permito insinuar que tomen nota del hígado de ternera encebollado, los callos a la madrileña, las criadillas de cordero empanadas o los sesitos rebozados sesitos. Es conveniente repetir visita -siempre con reserva previa-, para no sufrir un atracón de raciones en todo caso muy muy abundantes.

Prevean desde el principio que, antes de la sobremesa y la tertulia con café y licores, habrán de adentrarse en una rica proposición de postres caseros. Dejen hueco para las natillas, el arroz con leche -los fundadores son asturianos-, la leche frita, o los más golosos para la torrija o el tocino de cielo.
La variada y selecta bodega está a la altura de su propuesta gastronómica, con más de un centenar de referencias, en su inmensa mayoría nacionales.

Atiendan al ambiente de comensales, encontrarán a personas relevantes: escritores, pintores, periodistas, empresarios, diplomáticos y congresistas, y a las pocas familias que habitan en ese entorno de privilegio próximo a los grandes Museos como el Prado o el Thyssen; a los teatros; al Barrio de las Letras; a la Academia de San Fernando, a la Puerta del Sol o a los hoteles de moda, como el Four Seasons o el Ritz. Madrid es comestible, disfrútenlo a sus anchas, pues hay otra en la Calle Príncipe de Vergara, ligadas ambas a toda una señera cadena con más de cien años de tradición, que incluye Las Tortillas de Gabino, La Gabinoteca, Fismuler y Armando.