Tiene el título de Mercado más Bonito de Europa. Quizás sea también el mejor provisto en su categoría urbana.
Sin embargo, comparto la opinión de quienes piensan que la Boquería está prostituyéndose, vendiéndose a negocios más propios de tenderetes de feria que de mercado municipal. Otros más pragmáticos consideran que las leyes de la oferta y la demanda no saben de nostalgias.
Lo visitan a diario unos 20.000 turistas, cifra que sube como la espuma, frente al lento goteo de las deserciones autóctonas. Agobia abrirse paso entre gente que bloquea los pasillos comiendo, bebiendo y haciendo fotos. Hay que dar rodeos, evitar el pasillo central, ¡con lo hermoso que es!, avanzar entre empujones hasta llegar al puesto elegido…
Gloria bendita cuando te reciben con una sonrisa. Por fortuna, los vendedores de la Boquería siguen dispensando el mismo trato exquisito que les ha dado fama. Es difícil que pongan mala cara si les preguntan cuánto tiempo tienen que hervir los centollos o qué carne es la adecuada para el fricandó. Lo saben todo de los productos que venden y están orgullosos de transmitir sus conocimientos. Dicho lo cual, entremos al mercado.
Desayunos de tenedor
- Pinotxo (466). En la pequeña barra es fácil encontrar cocineros: los Adrià, Ruscalleda, Arola, Neichel… cumpliendo con el ritual: Boquería y tentempié. Butifarra con mongetes, garbanzos guisados, capipota, salteado de setas… Platos contundentes para quienes acaban o empiezan la jornada.
- El Quim de La Boquería (584), otra minibarra que atrae gourmands ávidos de unos huevos fritos con calamarcitos, boletos con foie-gras, rabo de buey guisado y otras exquisiteces de igual calado.
- Kiosko Universal (691), los efluvios de las gambas a la plancha y demás frutos del mar, la huerta o la montaña, que de todo trabajan y bien, provocan efectos paulovianos. Los precios, en cualquier de los tres, están en función de la demanda. (Desde 10 a 40 €).
Hora de comprar
Entre los 250 puestos de interior y la treintena de exterior, es difícil no encontrar lo que se busca. Cada comprador tiene sus preferencias, pero quien busca algo en concreto acudirá a los puestos especializados. Setas en Petrás (867). Hongos frescos, variedades desconocidas por estos pagos -aunque Cataluña es tierra de micófagos-. Boletos, amanitas cesáreas, rebozuelos, níscalos, etc., etc.
Panes del horno Bretcha (979), chapatas, baguets, de payés, de semillas… Panes de buena masa madre, levadura natural y el tiempo adecuado de fermentación.
Genaro (743), tiene todos los caprichos del mar, frescos a muy buen precio. Cigalas, ostras, bogavantes, gambas, centollos, almejas, navajas, langostinos, mejillones de roca… Justo al lado hay un pequeño puesto de encurtidos con los mejores pepinillos con sabor a anchoa, ajos confitados, anchoas de L’Escala –por piezas- y, naturalmente, las diferentes variedades de aceitunas. También venden bolsitas de “picada” (piñones, almendras, avellanas y dos picos de pan), base que acompaña muchos guisos de la cocina tradicional catalana.
Se ruega no tocar
A ambos lados del pasillo central, entrando por la Rambla, están los famosos puestos de frutas y verduras. Expuestas por gamas de colores, perfectamente alineadas, agrupadas en cajitas o formando pirámides, componen bellísimos retablos que atraen todas las miradas. Son los más fotografiados, donde han tenido que colocar carteles de «se ruega no tocar»en varios idiomas. Algunos ya venden fruta troceada, con su plastiquito y su tenedor, un souvenir turístico muy rentable que avanza a pasos agigantados en detrimento de quienes pensamos que para ese viaje no hacen falta alforjas ni carritos de la compra. ¿Por qué ir al mercado si lo encuentro en el súper de la esquina?
Estos puestos compiten en atractivo estético con sus vecinos de enfrente, aunque la mercancía de estos últimos tenga, mejor dicho, tenía más tirón, por ser de consumo inmediato. Dátiles, pasas, ciruelas, frutas confitadas, caramelos, bombones, frutos secos y una ingente variedad de chucherías. Son el paraíso de los golosos.
Al visitante le llaman la atención las paradas de Pesca Salada, dos magníficas son Pujamar (729) y Marsalà (728), con el bacalao como protagonista en diferentes piezas y fases de desalado: lomos, morros, tiras para la esqueixada, además de otros salazones y ahumados, y las de Legumbres Cocidas, otra tradición muy catalana, la venta a granel de judías, lentejas y garbanzos cocidos, nacidos para aliviar la tarea de las mujeres trabajadoras, sin tiempo que perder entre turno y turno, con la obligación de alimentar a la familia. Llegums Cuits (549) es un referente en la Boquería.
La rotonda del pescado
Hay que abrirse paso. A codazos, si se tercia. Comprendo que es hermoso el espectáculo de bogavantes, cigalas y langostas dando coletazos, pero si se trata de comprar, no de hacer vídeos, es cuestión de hacerse valer. ¡Y hay tanta oferta! Basta una mirada para cambiar el menú. Que si merluza, calamares, atún, rodaballo, gallos, sardinas, emperador, salmonetes, erizos, gambas… Ese círculo mágico, el epicentro el mercado, huele, sabe, inspira y transpira Mediterráneo.
El sabor de la huerta
De todo y bueno hay en la Boquería. La selección de uno u otro puesto es cuestión de preferencias, de mantener cierta complicidad entre vendedor y cliente o, simplemente, pura cuestión de hábito. Mi recorrido por el mercado acaba siempre en la plazoleta exterior, donde están las payesas. Allí compro sobre todo los tomates, magníficos, perfumados, jugosos; los manojos de cebollas tiernas, las alcachofas en temporada y, a veces, algunas frutas.
No son piezas bonitas, si vamos al caso, pero tienen el inconfundible aroma y sabor de recién cogidas del árbol.
A modo de epílogo
De éxito se mueren pocos. O ninguno. Cambiar es otra cosa. En mi opinión, la Boquería tiene la obligación de seguir siendo el mercado más bonito de Europa. Mercado, no atracción turística. Se lo debe a la ciudad y a todos los que durante décadas, de un lado y otro del mostrador, lo han hecho posible.