Mis amigos de fuera del mundo del vino, aparte de envidiarme más o menos sanamente, piensan que o soy alcohólico o acabaré siéndolo en un breve espacio de tiempo. Cuando les digo que soy abstemio, se ríen y me miran con incredulidad. Bien es cierto que no lo soy, pero también es cierto que bebo, seguramente, menos que ellos.
La principal diferencia es que en una cena, cuando bebemos, lo hacemos por mero placer. Nuestra atención está depositada en nuestros amigos, en su conversación y en el momento que estamos viviendo. Quizás el vino en cuestión ocupe algún comentario puntual en una cena, pero siempre atendemos y hablamos más del plato que tenemos delante y, sobre todo, de las cuitas y temas de las personas que tenemos al lado.
Por otro lado, la cata es algo totalmente analítico. Todos los sentidos menos el oído: vista, tacto, olfato y gusto, se agudizan delante de la copa del catador, que intenta diseccionar todo lo que el líquido esconde. Rara vez un par de gotas son tragadas por el profesional, de tal forma que el alcohol ingerido por una persona en una sesión maratoniana de 50 ó más vinos no pasa nunca de una copa. Tengo la experiencia de haber sido sometido a un control de alcoholemia después de una cata de más o menos 25 vinos y haber dado un nivel ridículo de alcohol en sangre.
Sin embargo, el uso de estas técnicas me hacen disfrutar mucho más de un vino en una cena. Os recomiendo que adaptéis algunos de estos trucos y, sin llegar a parecer pedantes, descubráis por vosotros mismos como cambia la percepción de un vino en una cena con amigos.
¿Cómo se cata?
Vista
En primer lugar se mira el color, la limpidez y la densidad con la copa en un ángulo de 45º y sobre un fondo blanco. Esto nos da pistas de lo que posteriormente nos vamos a encontrar.
A mayor densidad cromática, normalmente más extracción o más concentrado va a ser un vino. Si los bordes del círculo que vemos mirando la copa desde arriba, son amoratados, nos indican indica juventud del vino. Si son tejas o anaranjados el vino nos cuenta su edad aproximada.
Cuando ponemos la copa en vertical vemos la lágrima o huellas que las gotas de vino dejan en la copa. A más lágrima, más alcohol.
Olfato
A continuación y a copa parada, olfateamos el vino y empezamos a trabajar con nuestra memoria olfativa. ¿A qué nos recuerda lo que olemos?
Entre muchas otras, podemos encontrarnos con fragancias frutales: grosellas, fresas, peras, manzanas, cítricos… Olores de bosque: Tierra mojada, hongos… Aromas propios de la madera: vainilla, especias, café, torrefactos… Defectos: orines, corcho…
Repetid lo mismo agitando algo el vino. Los aromas se incrementan y casi siempre aparecen cosas que antes no salían.
Gusto y tacto en boca
Bebe una pequeña cantidad de vino, toma nota mental de lo que sientes y empieza a darle vueltas en la boca.
Temperatura, cuerpo, dulzor, alcohol, acidez., plenitud… son algunas de las sensaciones de las que debes tomar buena nota.
Y por fin, después de tragar o de escupir, de las sensaciones que permanecen en la boca y del tiempo que duran estas.
Conclusión
Y aquí llega lo importante. ¿Te ha gustado el vino? ¿Serías capaz de reconocer la variedad de uva en otra ocasión? ¿Cuándo pruebes otra variedad sabrás decir en qué se diferencia de la primera?…
Tiempo, experiencia y muchos vinos catados, te darán la perspectiva suficiente para saber porqué una botella de vino cuesta 100 Euros y porqué a veces uno de dos euros y medio es más gratificante que el primero.