Hoy en día, casi todos los consumidores de vino saben que la mayoría de vinos tintos, y algunos blancos, pasan un tiempo en barrica.
El origen del uso de barricas de madera se atribuye a los Celtas, pero fueron los romanos los que popularizaron su uso por sus ventajas en operatividad, impermeabilidad y tamaño, y lo implantaron en todas las regiones vitivinícolas del Mediterráneo.
Además de estas funciones de almacenamiento y transporte originales, desde el punto de vista enológico, las tres funciones principales de la barrica son: la decantación natural de los sedimentos del vino en el fondo de la barrica; la aportación de taninos y otras sustancias como el resveratrol o el ácido elágico al vino, y la que para mí es más importante, la micro-oxigenación paulatina del vino que inmoviliza los antocianos con los taninos, estabilizando así su color.

La crianza en barrica es un factor decisivo en la calidad de un vino, pero también es muy delicado. Durante el proceso en el que el vino permanece en la barrica se desarrolla un proceso oxidativo, es decir, el oxígeno penetra lentamente por los poros de la madera con el fin de oxidar algunos componentes naturales del vino, como los polifenoles. Hay factores que influyen directamente en este proceso oxidativo.
Cuanto más nueva es la barrica, más micro-oxigenación se produce en el vino por los poros de la madera. A medida que la barrica se usa, estos poros se van obstruyendo con los propios sedimentos del vino, que, después de muchos usos, acaban por sellar la barrica por dentro mermando e incluso evitando dicha micro-oxigenación.
Otro factor es el tipo de madera que se utilice. Generalmente, aunque no exclusivamente, suele ser roble, y este puede ser roble francés, que tiene un poro más pequeño y, por tanto, la micro-oxigenación es más lenta, o roble americano, que tiene un poro mayor y por ello evoluciona más rápido. Además de la función de micro-oxigenación de la barrica, cada uno de estos tipos de roble, americano o francés, aporta unos aromas distintos al vino.

El roble americano aporta menos taninos al vino, pero dota al vino de aromas más tropicales y exóticos como la vainilla, el coco, el tabaco o el cacao.
El roble francés, en cambio, aporta más taninos, y dota al vino de aromas más balsámicos y especiados, siendo muy respetuosos con la fruta del vino. En Bodegas Comenge consideramos que, para nuestros vinos de crianzas largas y vinos de guarda, el roble francés es el más adecuado.
En cuanto al tiempo que deben permanecer en barrica, depende de muchos factores, como el estilo de vino que se busca, la concentración del vino que entra, la edad de la barrica, y otros aspectos que el enólogo debe tener en cuenta.
En definitiva, en el mundo del vino también hay modas y actualmente el público demanda vinos jóvenes, fáciles de beber, con mucha fruta y no demasiado complejos. No obstante, una cuidada crianza en barrica es un factor decisivo en la calidad y longevidad de un vino, razón por la que en Bodegas Comenge apostamos por vinos con crianzas largas en barricas nuevas o de pocos usos.