Desde 1970, el 22 de abril se celebra el Día de la Tierra como iniciativa de un senador estadounidense llamado Gaylord Nelson. La voluntad del encargado de Salud Pública en el Gobierno de Estados Unidos en aquel entonces era crear un día en el que las personas se parasen a reflexionar sobre la explotación de la tierra, la contaminación y la sobrepoblación. La alimentación es algo transversal a estos tres temas, por ello, el Día de la Tierra merece que hagamos una reflexión sobre la procedencia de aquello que comemos y sus consecuencias para el medio ambiente.
Todos notamos los efectos del cambio climático, son una realidad tangible y con consecuencias materiales. Sin embargo, lo peligroso de este devenir medioambiental no nos asusta lo suficiente y seguimos refugiados en grandes ciudades. Viviendo ajenos a la tierra y, cada vez, más lejos de ella. Si no nos acercamos al discurso de quienes cultivan respetando el entorno, no podemos saber cómo contribuir al cuidado del medio ambiente a través de nuestro consumo.
Partir del cultivo ecológico: Cultivando con Alma
Rubén Carretero es parte de una familia de agricultores a las afueras de Zamora y desde hace 15 años está decidido a reconvertir su producción al modelo ecológico. Su proyecto Cultivando con Alma es un reto personal, por supuesto, pero esconde una convicción: “Esta forma de cultivar es más satisfactoria y más saludable, tanto para el consumidor como para el agricultor”. Además, prevé que la agricultura ecológica será el futuro porque los efectos del cambio climático son para él “algo muy cierto y que está haciendo mella”.

Agricultores expuestos a una climatología cambiante y de extremos, a periodos de sequía más duraderos y a lluvias torrenciales. Condicionantes que les obligan a cambiar los tipos de productos que plantan y que aumentan la incertidumbre que de por sí lleva consigo esta actividad económica. Rubén lo tiene claro: “Desintensificar los métodos de producción redunda en menos emisiones, más respeto a la tierra y productos más naturales”.
Ahora bien, este no puede ser el compromiso de unos pocos. Sería demasiado ingenuo creer que son los productores quienes van a cambiar el modelo de sobrexplotación. Cuidar la tierra es un compromiso que involucra a toda la sociedad, Rubén Carretero cree fervientemente que otro gallo cantaría si la demanda fuese consciente y exigiera productos bio.

De hecho, Rubén coge su furgoneta cada dos semanas y, personalmente, desde Zamora lleva sus patatas y legumbres ecológicas hasta los negocios madrileños que han decidido aportar por una producción sostenible y por productos de la máxima calidad.
Venta responsable: la Huerta del Gato
Entre estos negocios a los que llegan los productos de Cultivando con Calma, se encuentra la Huerta del Gato. Un nombre ingenioso que trata de recordarnos que incluso en mitad de Madrid y de sus habitantes, conocidos coloquialmente como gatos, se puede encontrar producto traído de la huerta. Esta pequeña frutería ubicada en el madrileño barrio de Arganzuela surge al juntarse tres conocidos (Rubén Sánchez, Adolfo y José Miguel) que querían “recuperar productos de calidad que supieran a lo que tenían que saber”.

Trabajan con tres premisas claras: calidad, cercanía con los productores y buen precio. Con su oasis en mitad del asfalto de la capital, dan salida a los exquisitos productos de pequeños agricultores, con quienes les gusta tratar directamente. Ellos pagan directamente al productor, quien pude emplear todos los beneficios en mejorar el cuidado de su cultivo. Es así como se contribuye a no precarizar las labores agrícolas desde el punto de venta.
Por otro lado, en este local son conscientes de que no solo hay que eliminar los pesticidas que se le añaden a las plantas para conseguir una producción sostenible. En adición, hay que reducir todos los plásticos y conservantes necesarios para el transporte de fruta y verdura a larga distancia. Con un saco y la tierra propia del producto, llegan las patatas de Cultivando con Calma desde Zamora a la Huerta del gato. Ese es su compromiso. Ahora ya, la pelota pasa al tejado del consumidor.
El consumo consciente como pilar fundamental
En este plano en el que ahora nos adentramos, el de la responsabilidad de quienes compramos, nos volvemos a perder en la gran ciudad. En grandes superficies llenas de productos, todos ellos despersonalizados. Perdidos entre esta oferta, nos cuesta vislumbrar los pequeños locales o mercados de barrio que nos acercan al producto y, por ende, a su producción.

No cuesta nada en la Huerta del Gato diferenciar aquellos productos ecológicos de los que no lo son. Toda la fruta y verdura lleva el etiquetado de trazabilidad, acompañado del sello europeo que certifica que se trata de un producto ecológico. Reconocerlos no es tan difícil como parece y son un buen seguro para saber exactamente qué estamos consumiendo.
Por otro lado, tanto agricultores como vendedores repiten hasta la extenuación que los consumidores debemos dejar de guiarnos por las apariencias. Una patata lavada con la piel suave no es mejor que aquella que tiene tierra por encima y una forma más irregular. Al igual que esos plátanos casi negros siguen siendo útiles y sabrosos.

Parece adecuado recordar entonces un par de refranes de tradición popular. El primero, y más cursi, que lo importante está en el interior. Dejemos de evaluar tanto lo que vamos a comer por lo brillante de la cáscara y pongamos el énfasis en cómo ha sido obtenido.
El otro refrán, quizá no tan popular pero que a mi me ha tocado escuchar, es que no hay mayor suerte que ser amiga de tu frutero. Doy fe. Preguntar, escuchar, dejarse aconsejar en estos temas es una suerte. Volver a ese comercio de cercanía y proximidad no solo en cuanto a la distancia entre la huerta y el comercio; también entre el frutero y el consumidor.