Vamos a pensar, por unos instantes, que tenemos que asociar determinadas imágenes a un país. Es un juego sencillo y seguramente casi todos coincidiremos en las respuestas. Si escribo Reino Unido, rápidamente pensamos en el Big Ben. Si digo Francia, en la Torre Eiffel. Si es Italia, en la torre de Pisa. Si menciono Argentina, en el tango. Si me refiero a la República Dominicana, en sus playas. Si digo China, en la Gran Muralla. Y así, un sinfín de posibilidades. Pues bien, ¿en qué piensas si menciono El Salvador?. Creo que está claro: en las pupusas, sin duda alguna, las grandes embajadoras gastronómicas de este maravilloso país centroamericano.
Es indiscutible que una buena pupusa, perfectamente cocinada, preparada y presentada es un «joya de la gastronomía salvadoreña», ahora también muy popular en todo Centroamérica, México y Estados Unidos. Su nombre proviene de una derivación fonética de su palabra originaria en idioma náhuatl: popotlax, que es el resultado de la conjunción de otras dos: popotl, que significa grande, relleno y tlaxkalli , que significa tortilla. Aunque las tradicionales y ancestrales pupusas, hechas generación tras generación, son de maíz, en los últimos años se elaboran también de pasta de arroz. No tienen tanta aceptación, pero poco a poco van siendo más conocidas.
Recientemente estuve visitando El Salvador y, naturalmente, no pude resistir la tentación de probarlas. Apenas unas horas pasaron desde mi aterrizaje y ya tenía una pupusa entre mis manos.
Esta tortilla de maíz tiene la virtud de traspasar las fronteras salvadoreñas: las veremos en todo Centroamérica, pero las originales, las genuinas, son de aquí. Dicen que el secreto se basa en dos elementos: estar hechas en fuego de leña sobre un comal de barro (recipiente de orígenes prehispánicos usado con plancha para cocinar), y utilizar buenos ingredientes. Después, lógicamente, a cada uno de gustan de un forma. Particularmente, las prefiero rellenas: de queso, chicharrones o pasta de frijoles. Normalmente en los restaurantes hay botes de salsa de tomate caliente para quienes las prefieran más jugosas. En la variedad está el gusto.
Ir a cenar a una pupusería es un acto social en este país. Los fines de semana están llenas. Como se dice coloquialmente: «no cabe un alma». No debe extrañarnos, pues, tener que esperar para conseguir una mesa libre.
A una pupusería se va con los amigos, con la familia o con la pareja. Es, definitivamente, un lugar de socialización de jóvenes y mayores. También me resultó curioso el nombre de «pupusódromo». Nunca lo había oído. Con esta palabra se define a una aglomeración de pupuserías, muchas de ellas sucediéndose en una calle o una plaza.
Aunque las pupusas son muy parecidas en todo El Salvador, sin embargo, cada maestrillo tiene su librillo. Por ejemplo, en Izalco suelen ser más pequeñas. Es la costumbre ancestral. En San Salvador, por el contrario, son de mayor tamaño. La pupusa es barata y muy popular: su precio está en torno a los sesenta céntimos de dólar. Es contundente y resulta un gran aporte de vitaminas y calorías. Ah, se me olvidaba, la pupusa se toma caliente, recién hecha. Es como se aprecia en su totalidad. Por cierto, se come con las manos. Nada de cuchillo y tenedor.
Una última curiosidad: en todas las mesas de las pupuserías verás un bote lleno de lo que allí llaman «curtidos». Se trata de pequeños trozos de col, repollo y zanahoria, normalmente cocidos y conservados en vinagre. Suele ser muy común acompañar las pupusas con este nuevo ingrediente. Y para los forofos de los sabores fuertes y del picante, les recuerdo que en alguna ocasión he visto también chiles dentro de los curtidos.
Para finalizar os indico el nombre de algunas zonas famosas por sus pupusas: en la capital, los planes de Renderos, y en el municipio de Antiguo Cuscatlán, los alrededores de la plaza central.