Da la impresión de que los responsables de Sanidad de medio mundo se estan aliando para hacernos la vida imposible: empezaron con el tamaño de las hamburguesas, y ahora mucha gente tiene que tomar dos; han seguido con quitar la «hora feliz», ahora si quieres tomarte dos copas, tienes que pagar ambas, porque a alguien se le ha ocurrido que si no te regalan la segunda no te la tomas, y aunque puede ser cierto, ¿no somos ya mayorcitos para elegir? Y ahora la Coca-Cola tiene que tener menor tamaño porque así tiene menos calorías… Esto en Estados Unidos, pero da igual: las autoridades que debieran preocuparse de que tengamos una buena sanidad, trabajo, infrastructuras… ahora lo que se preocupan es de si tomamos demasiada Coca-Cola o bebemos compulsivamente, o de si las hamburguesas son muy grandes… No sé que opinaran del cocido maragato, pero no les demos ideas. En fin, que nos tratan como a niños los que se suponen debieran ser nuestra guía moral, espiritual y terrenal…
Lo peor es que todo es cuestión de un «orden», de «su orden». Los norteamericanos tienen un serio problema con la obesidad, que se nos acerca peligrosamente, y esas miles de personas obesas cuestan mucho dinero al Estado, por eso ahora fingen que la bebida emblemática del país hay que tomarla con moderación. La multinacional que ve, según The Wall Street Journal, que el Estado va aumentar los impuestos de las bebidas azucaradas para pagar la Sanidad se apunta a la medida: lata de 22cl en vez de 33, menos costosa y, al fin y al cabo, el consumidor en vez de tomar una, tomará dos… y solucionado. Ellos no pagarán el impuesto y el Estado se quedará tan tranquilo. Algo similar ha sucedido con el tabaco: los fumadores conscientes de que no podían pagarse el coste de una cajetilla empezaron a comprar tabaco picado, como el de nuestros abuelos, el resultado es que tanto el papel de fumar como el propio tabaco han multiplicado por varios números su precio.
El botellón también preocupa a las autoridades, ¿por qué beben demasiado los jovenes? También en Estados Unidos se prohibió tomar bebidas alcohólicas en la calle, ¿y qué se hizo?, beber el alcohol tapado en una bolsa de papel: así son las cosas. Tampoco en España importa que un chico de dieciocho años se siente en una terraza con sus amigos y tome «diez copas»: mientras las pague y mientras el bar pague los impuestos al Ayuntamiento, al Estado…
Las «minilatas de Coca Cola», como las mini-ideas de nuestros gobernantes, no solucionan nada porque el problema de base es otro: la educación en la alimentación. Cuando en la familia se ponía un poco de vino tinto en el vaso de agua los domingos a los niños, se les educaba en el consumo responsable de alcohol. Ahora no beben más que refrescos en casa, y fuera de ella, alcohol. Alcohol para divertirse como el que va al cine, estar embriagado es la diversión: en la familia no hemos hecho los deberes. Lo mismo sucede con la comida, si al niño le pones Ketchup con todo, sólo admitirá sabores dulces y jamás tomará unas alcachofas… Tampoco ahí hemos hecho los deberes, ni nosotros ni los comedores escolares, que se han dejado llevar, ni las empresas del sector de alimentación, que fabrican cualquier cosa con tal de que no nos mate (por lo menos de momento), con el consentimiento de las Autoridades Sanitarias.
¿Realmente quieren cuidar de la salud de la gente aunque sea para que no les cueste? Dejen de intervenir en su vida privada, en su ética y costumbres, y empiecen a exigir etiquetas en las que se incluyan realmente los ingredientes de los productos, prohiban el incremento abusivo de los márgenes comerciales de los intermediarios, obliguen a las empresas de restauración colectiva (catering) a cocinar con aceite de oliva, prohiban las grasas trans en los alimentos precocinados, las margarinas y los alimentos funcionales que se han convertido en los nuevos medicamentos sin receta: ¡METAN MANO YA A LA INDUSTRIA ALIMENTARIA! Y si no piensan hacer nada efectivo, sólo «reducir» las calorías de las coca-colas haciendo latas más pequeñas, con lo cual el líquido será más caro (que es de lo que se trata), dejennos al menos nuestra «hora feliz»: quizá la necesitemos para olvidar en manos de quién estamos.
Fotografía: warrenski