Ya se sabe que Top Chef tiene una parte de reality y, por lo tanto, los cocineros o lo hacen extraordinariamente bien o dan espectáculo. Ése fue el caso de Carlos Medina en el primer programa, que pasó con un no comestible tomate esferificado, que estaba petrificado, pero que durante todo el programa dió momentos de gloria como el de «yo no sé vivir sin productos químicos». Los hermanos Jerez , con un rollo muy raro entre ellos de odio que parecía un montaje surrealista, no pudieron ni siquiera competir entre ellos. La dulce Irina Herrera, con su cocina tradicional y sus nervios, tampoco pudo superar la criba, ni Honorato Espinar, cocinero de corte clásico que está para pocas carreras, aunque se dio alguna, e hizo alarde de elegancia hasta para perder, especialmente si tenemos en cuenta que no lo hubiera hecho si no se premiara más la cuota de audiencia que la cocina. Rebeca lo tendrá difícil en próximas entregas porque los nervios no la dejan trabajar como debiera, sin embargo la cuota de pantalla femenina se impuso y ayudó a un sólo correcto ravioli.
El programa de cocina, muy bien editado y muy rápido, mantenía en vilo al público y también al jurado, que este año incluye a Yayo Laporta, con una Susi Díaz en su punto, y un Alberto Chicote siempre chispeante pero también suficientemente comedido. Se nota que en el fondo se cortan con sus compañeros porque saben que ellos mismos podrían cometer errores similares… Y por qué no, alguno podría llegar a ser hasta su jefe, ya se sabe que la vida da muchas vueltas…

Si Top Chef empezara media hora antes muchos lo agradeceríamos: los martes van a ser muy duros esta temporada, tras terminar el primer programa pasadas las doce. En las redes sociales lo más comentado fue el comportamiento de Carlos, y una observación de quien escribe estas líneas: el parecido, casi inquietante, de David García con Alfredo Linguini, protagonista de Ratatouille.