Uno de los alicientes de nuestros viajes es visitar un país exótico. Es difícil encontrar lugares diferentes, cercanos y a buen precio pero hay un destino ideal para ello, Túnez porque tiene elementos que a uno le hacen desconectar. Es como sentirse lejos, en un sitio diferente... Aunque es un país mediterráneo y tiene alguna connotación con España, Túnez resulta atractivo por ser distinto. Es cierto que el desierto es un paisaje con tanto encanto que engancha y el que va repite, pero no es necesario llegar hasta allí para encontrar parajes que merezcan la pena ser visitados. La capital y algunos sitios turísticos cercanos, como Sidi Bou Said o Cartago, son visitas recomendadas.
La costa mediterránea tiene rincones inolvidables como Sidi Bou Said, la ciudad azul y blanca. Disfrutar de un té con piñones sentado en una terraza sobre el Mare Nostrum es una experiencia que hay que vivir; hay que sentir la luz blanca mediterránea iluminándolo todo; hasta las sombras o los días nublados tienen otra luz. Es muy agradable sentir que uno está degustando una infusión entre el mar y el desierto en el norte de África en lo alto de un acantilado. La ciudad blanquiazul es bonita y está llena de miradores para disfrutar de las vistas, pero también es muy divertido recorrer las calles encontrando fachadas, puertas o ventanas para llevarse esa foto única; y, sobre todo, subir a una terraza, algunas tiendas disponen de ella y dejan subir a sus clientes, para ver desde lo alto los tejados o las demás terrazas entre el azul del mar y el blanco radiante del astro que nos ilumina. Sidi Bou Said es luminosa y alegre, pero tener la suerte de ver una lluvia torrencial en una ciudad así es impagable. Eso sí, a la media hora no parece haber llovido.
En Sidi Bou Said está el Palacio del Barón d’Erlanger, construido en 1912 con toda la elegancia del estilo árabe-andalusí. Está lleno de detalles decorativos y además contiene un museo de instrumentos musicales digno de ver. Muy cerca de allí está el restaurante Dar Zarrouk, en un lugar privilegiado y elevado sobre el mar. Tanto su terraza como el interior y, sobre todo el patio, ocupado casi totalmente por un magnífico árbol, son ideales para comer y relajarse con las vistas, porque es una atalaya sobre el Mediterráneo. Se come muy bien y los platos tienen el sabor de la gastronomía tunecina con un toque francés.
Hace casi 3.000 años los fenicios eligieron estas tierras para asentar Cartago, la magnífica ciudad del Mediterráneo occidental, hasta que los romanos la asolaron y la reconstruyeron. Pero aún queda el lugar del asentamiento y las ruinas, aunque casi todo es romano, como las impresionantes termas en la orilla del mar. El puerto cartaginés era el más impresionante del mundo antiguo. Era un puerto doble con una parte exterior comercial de forma rectangular y otro más interno circular con capacidad para más de 200 barcos de guerra. El acceso a estos puertos era un canal que se podía cerrar con una cadena.
Cartago se puede visitar y, aunque ya no queda nada de lo que hubo, solamente las ruinas, es una maravilla pensar lo que fue y la grandeza que tuvo. Hay que disfrutar de aquella etapa dorada que la historia brindó a Túnez. Aún quedan, en las afueras de lo que fue la ciudad romana, y casi en perfecto estado, unos depósitos de agua romanos que probablemente fuesen los más grandes de la época. Para aumentar el conocimiento sobre la antigüedad tunecina hay que visitar el Museo Nacional del Bardo en la capital, que está considerado uno de los museos más importantes del mundo por la calidad y variedad de sus piezas arqueológicas, y que sobre todo destaca por sus colecciones púnicas y sus mosaicos romanos, que suman más de un millar de obras expuestas. El edificio fue concebido en su origen como un palacio, pero en 1882 se transformó en museo que precisamente el próximo día 18 de mayo, coincidiendo con el Día Mundial de los Museos, inaugurará sus obras de restauración.
La estancia en lugares cálidos a veces requiere de un refrigerio. Es bueno y necesario hidratarse para no sufrir golpes de calor. La cerveza Celtia es ligera, agradable de tomar, bebida con moderación, y además es tunecina. Fresquita es un repuesto idóneo para nuestra sed que provoca el sol africano y además se encuentra con facilidad en los establecimientos. Está claro que es una bebida alcohólica no permitida por el islamismo para el consumo de sus fieles, pero para los turistas es fácil encontrarla y está bien de precio.
La historia siguió dándole identidad a Túnez durante los siglos posteriores a la época púnica y romana. La expansión árabe por el norte de África en los siglos VII y VIII dejó en Túnez la cultura islámica. A ella le debe la mayoría de los monumentos, como las mezquitas y el diseño de la ciudad, o sea la medina, también las tradiciones, la religión, el arte, etc. Pasear por la medina es un placer. Las calles son estrechas y están repletas de detalles y de tiendas llenas de colorido. Algunas de ellas tienen terrazas a las que se puede subir y ver la acumulación de tejados en la kasba e incluso sentir el runrún de la gente por las callecitas. Los comerciantes ofrecen gangas, aunque siempre hay que regatear, mientras los artesanos están trabajando a la vista de todos. Hay que llevar los sentidos despiertos pues se ven cosas diferentes, se escuchan sonidos de todo tipo y se huelen mil aromas.
Los restaurantes con más encanto y típicos de la ciudad están aquí, en la medina. El restaurante Dar El Jeld – Le Diwan ofrece los mejores aromas del lugar y, por supuesto, la comida más sabrosa en un edificio histórico con un patio precioso. Además, los vinos tunecinos están muy conseguidos, pues han aprendido de la bodega francesa y tienen la peculiaridad de elaborarse en regiones con mucho sol. A pesar de ser un país de religión musulmana elaboran y ofrecen en sus restaurantes buenos caldos locales como el Magon. Al finalizar la comida llega algo muy importante para la cocina árabe: los postres. Los mejores son los dulces, que elaboran con miel, frutos secos como almendras o piñones y el habitual sésamo, que da un toque de sabor típico. Antes de apurar los vasos quedan los últimos culos del tinto que, con estos postres, mientras se está sentado apreciando la belleza del patio y la decoración, producen un momento muy importante del viaje en el que se aúnan imágenes, sabores y recuerdos de los paisajes. Ese puzzle de sensaciones será, al final del viaje, el mejor recuerdo que tendremos.